Cuando tuve ocasión, de forma disimulada y sin que nadie nos oyera, le pregunté a Carmen si todo marchaba bien. Ella, con sus grandes ojos marrones y su pelo negro, dudó unos instantes y me respondió de forma evasiva "sí, todo muy bien, gracias". Entonces yo le dije con tono suave y mostrando mi preocupación "Carmen, he notado como si algo no funcionara conmigo; me gustaría mucho que me pudieras comentar si hay algún problema".
Yo le agradecí a Carmen su sinceridad y a partir de ese momento intenté mantener un tono de voz suave. Mi relación con Carmen mejoró y empezamos a hablarnos con confianza y me confesó que había una persona en el seminario que tenía una voz irresistible. Yo no pude evitar preguntarle: "Quién es?! Dímelo por favor!". "Carlos" respondió; yo me había fijado que Carlos era un chico delgado y alto pero hasta ese momento no noté que tenía una voz profunda y calmada.
A lo largo de los tres días que duró el seminario, la atracción de Carmen por Carlos fue haciéndose más fuerte hasta llegar al punto, según me dijo Carmen, de enamorarse. El seminario terminó de forma divertida porqué, como siempre, hicimos una ronda de elogios en parejas para que cada participante dijera en público las fortalezas de otro compañero (virtud que todo líder debe tener: elogiar dando evidencias).
La casualidad quiso que a Carmen le tocara hablar con Carlos (en frente de todos) y Carmen reunió el valor para decir "Carlos, soy una persona auditiva y tienes la voz más bonita que he oído nunca! Tengo que confesarte que me he enamorado de ti; no hablo de tu apariencia, tu voz me ha enamorado". Eso es lo que yo llamo amor de oídas.
Ese día descubrí que las personas auditivas tienen una percepción de la realidad distinta a las personas visuales que es la categoría en la que caemos la mayoría de las personas. Ahora intento hablar con un tono de voz más suave para que sea más agradable escucharme.
El tiempo dirá si el amor fue correspondido.